La banlieue (suburbios) es el mundo
Se dice polarización cuando los elementos de un "campo" o "sistema" se disponen según orientaciones particulares entorno a dos polos opuestos. Nuestra corriente usó esta metáfora para definir la típica crisis revolucionaria donde la tendencia entre conservación y cambio se disponen en los extremos opuestos. En aquellos momentos, el particular estado de las moléculas sociales es similar a aquel que encontramos poco antes de una descarga eléctrica; entre los dos polos se verifica una ionización del aire, una situación de inestabilidad catastrófica que cambia las características, por la cual el agua misma de aislante se convierte en conductora, con la consiguiente descarga eléctrica violenta.
La sociedad moderna tiende a exacerbar sus extremos y nos ofrece la verificación experimental de la ley marxista de la miseria relativa creciente. En un polo está la clase burguesa con sus representantes, al otro quien está alineado contra y no tiene representación de clase dentro del sistema. En medio hormiguea una ciénaga social que cuenta solamente como carne de consumo, y de ficha electoral. El área de en medio está compuesta de átomos de una atmósfera todavía no ionizada. Ellos forman la media clase y no-clase: comerciantes, profesionales, estudiantes, propietarios asalariados e integrados, intelectuales confusos que tratan de explicar todo con una filosofía de compromiso, determinada materialmente de su condición, aplastados de los vértices de la civilización y tomados a mazazos, no siempre metafóricamente, de la base salvaje.
Los confines se han esfumado, pero de un poco de tiempo a esta parte, especialmente en Francia, la polarización ha separado de un modo del todo evidente a los representantes del Capital de los condenados del capitalismo. Y la ciénaga de las moléculas inestables que está en medio se agita revindicando de existir, de no ser precipitados entre los condenados. Porque estas moléculas pueden soñar de meterse al servicio del Capital antes de dar la cara, pero de aquella parte el acceso está racionalizado, mientras las autovías hacia la condena son amplias y de peaje libre.
Los capitalistas son fáciles de definir y los condenados también. Lograr hacerlo con el cenagal de en medio, parecería más difícil. Pero es una impresión. Porque es fácil definir los polos extremos, es también fácil definir, por exclusión, la atmósfera intermedia que va ionizándose. La historia nos simplifica las cosas, por ejemplo cortándonos de raíz la servidumbre tradicional, el lumpenproletariado (subproletariado), el "patrón de los ferriere" -las forjas- (convertido en un arrendatario o accionista que delega sus antiguas prerrogativas a los técnicos asalariados), y también el proletario ideal, aquel heroico autor de historia inventado de una Internacional comunista degenerada y que comparece en la fantasía de muchos. Tenemos por tanto una sociedad que se polariza siempre más entorno a dos únicas importantes clases sociales, y nos basta decir que todo aquello que no corresponde a la vieja buena definición de clase está en medio, es una papilla interclasista. Y es espantosamente desproporcionada respecto al total de la población de un país moderno. Por exclusión diremos que no está hecha de:1) Proletarios que viven exclusivamente del propio salario o son despedidos o no han encontrado nunca un trabajo. 2) Representantes físicos del Capital, propietarios o menos.
Hace unos 50 años, en respuesta a los habituales y aburridísimos debates entorno a que era proletario y que no, verdadera manía del sociólogo burgués que quiere fichar policialmente una realidad dinámica y compleja, nuestra corriente dice que la cuenta no se hace con el registro (nacido en fábrica; ojos castaños; profesión proletario) sino sobre la base de un conjunto coherente que abraza al asalariado, el precario y quien no tiene trabajo-asalariado pero podría tener sólo aquello.
Una vez establecido este criterio, no tiene ninguna importancia más la búsqueda sociológica entorno a la figura del banlieusard (habitante de las afueras) que incendia automóviles. Es al fin demasiado evidente que por aquella vía se mete en el pastel, porque de un lado la racaille (chusma), la hez, representa una rebelión en los enfrentamientos del capitalismo pero del otro es también aquello que dice el Ministro del Interior Sarkozy, un tropel de gamberros que queman y rompen sin tan siquiera un rastro de reivindicación y de representación. Aquello que interesa es el fenómeno general determinado de la susodicha cuenta de clase y no de la psicología de cada individual chiquillo incendiario hijo de inmigrantes, marginado, no integrado, frustrado, etc., etc. Interesa la explosión de un fenómeno urbano que se verifica en uno de los países más industrializados del mundo, enfermo no por cierto de subdesarrollo sino de industrialización.
El anónimo participante a uno de tantos foros en Internet sobre los hechos franceses hacia notar que es bien extraño definir "fenómeno urbano postmoderno" la lucha salvaje y espontánea de los banlieusards, mientas normalmente viene llamado "huelga salvaje" cada lucha obrera bien organizada pero no obediente a las ordenes sindicales. En realidad ambos son fenómenos "postmodernos", en el sentido que sean los banlieusards, que sean los obreros en lucha per sé deben romper cada vínculo con el orden existente, producto del capitalismo ultranuevo. En el primer caso rechazando la asegurada política de integración del gobierno francés con sus vueltas a la beneficencia y el uso de banlieusards traidores, en el segundo caso chocando con la política nacional corporativa del monstruoso bloque social industrial-gobierno-sindicatos.
En cado uno de los dos casos la rotura con el orden constitutito debe pasar a través de alguna forma de auto-organización sobre bases materiales preexistentes. No se incendian las capitales de un país avanzado como Francia y otro centenar de ciudades sin que sean utilizados en modo del todo natural la red de comunicaciones -de los móviles e Internet – parte integrante del mismo sistema industrial que catapulta los "gamberros salvajes" en la calle a desencadenar la guerrilla por 3 semanas. No se organizan huelgas espontáneas, sería una contradicción en término: sobre la base de las organizaciones de fábrica las huelgas así dichas espontáneas nacen organizadas.
Cuando estalla el incendio del banlieues teníamos desde hace poco publicado el artículo Una vida sin sentido, donde atribuíamos al desastre capitalista no sólo las revueltas urbanas sino también otros fenómenos entre los cuales las grandiosas manifestaciones reivindicativas con raíces reales pero objetivos falsos. Apenas había sido truncada la oleada incendiaria, que se alzaba, siempre en Francia, una oleada reivindicativa con millones de personas en plaza, repetidamente. Se está manifestando contra una ley específica (el CPE, contrato primer empleo), pero se entiende muy bien que esa de por sí no era nada de especial, era sólo un chivo expiatorio sobre el cual volcar el descontento de un estrato social. Ni una de las doce (¡doce!) delegaciones interclasistas "de bien" recibidas de Sarkozy – improvisados mediadores después de haber hecho la parte del verdugo- ha probado de alguna manera de representar el descontento real. Ha triunfado en cambio su manifestación reformista exterior, la impotencia administrativa frente a las cifras, el "tran tran" de la política. Ningún decreto gubernativo puede modificar el estado de cosas existentes, dado que toma simplemente nota (malamente) de aquello que ya ha sucedido, como para nosotros el caso de la Ley Baggi y , todavía antes, del art. 18, que han movilizado millones y millones de personas "para nada". De otro lado la clase obrera francesa no estaba sobre las plazas y los mismos sindicatos han dejado que la huelga en las fábricas no saliera bien. Por contra, la falta de reivindicaciones, la rebelión pura, no canalizada de los banlieusards, parecería más significativa.
Todavía el millón de manifestantes proletarios o no, han sido movidos de un mal estar profundo, de una inseguridad total, de la percepción de que no se puede más. Una situación que lleva a millones de personas a la plaza no es para devaluarla, y el enlace con las huelgas obreras, conseguido o no, lo hace todavía más contradictoria y significativa. La aparente semejanza con un 68 en el que los exponentes nosotros hemos ya criticado a su tiempo no deben engañar, así como no debe engañar la aparente continuidad con los movimientos de los banlieues. El conjunto de estas manifestaciones es más importante de los movimientos del 68 por la razón material que está en la base, pero la lucha contra el CPE no está en continuidad con los choques en los banlieues, son complementarios, lo integra, proceden en paralelo sin por ahora encontrarse.
Los banlieues han explotado porque a un proletariado extremo, desocupado, excluido también por factores étnicos, bastaba una pequeña chispa para hacer emerger la propia rabia. Los millones en lucha contra el CPE han protestado en cambio no tanto por sus condiciones actuales como por la incertidumbre reservada en el futuro, canalizando la rabia en una forma institucional. Mientras los banlieusards han obligado incluso al ministro de policía a invocar en frente del parlamento la construcción de una nueva sociedad, los estudiantes y los trabajadores han reivindicado la conservación de la sociedad existente contra una amenaza futura. Según The Economist, que cita un no muy sorprendente sondeo, el 75 % de los jóvenes franceses ambicionaría un puesto seguro en el empleo público. Frente a un sondeo con tales solicitudes un banlieusard debería simplemente responder aquello que efectivamente fue gritado a Sarkozy durante una de las inspecciones sobre el terreno: "Va niquer ta mère" (¡Ve a joder a tu madre!). Es inútil predicar que se querría otra cosa, que los banlieusards no son proletarios, que si también lo fuesen se querría el partido, que si también estuviese el partido debería ser aquel específico entre el millar, de quien está hablando o escribiendo en aquel momento. Encontramos que este uso abstracto de terminología desligada de la realidad no sea en absoluto expresión del polo revolucionario, sino de la ciénaga del medio. El hecho empírico de un desarrollo de acontecimientos según los esquemas clásicos de las catástrofes sociales, y no según el guión metafísico que hay en la cabeza de los intelectuales, demuestra clarísimamente como es de potente el efecto polarización previsto y ya repetidamente verificado en nuestra doctrina.
La secuencia es impresionante pero de una clareza cristalina: los condenados sin-reserva de las metrópolis se alzan; el Estado por medio de su ministro de policía Sarkozy declara el toque de queda y pide leyes excepcionales. Los estados del medio se movilizan preventivamente para no acabar en el grupo de los condenados, por tanto por los mismos motivos sociales, y desencadenando una lucha suya específica y separada, en forma de futuros desocupados; el Estado desautoriza al intransigente jefe de gobierno en cargo de Villepin y activa una línea de negociación conducida por el mismo Sarkozy que ha realizado la represión despiadada en los enfrentamientos de los condenados. Los dos campos, mientras, son diversos, imponen elecciones diversas, piden y reciben tratamientos diversos, por tanto permanecen inexorablemente distantes y separados. Los banlieus no han participado en las grandes manifestaciones reformistas prolo-estudiantes. En la Sorbona había mucha agitación, pero en la Facultad de París-VIII en Seine-Saint-Denis todo era tranquilo: para un banlieusard la universidad no es un punto de partida sino de llegada. No hay que sorprenderse tanto si bandas de condenados verdaderos asaltan las cortes y roban todo aquello que se presenta, de los teléfono s a las zapatillas de deporte, reforzando la polarización. No hay que sorprenderse, si los servicios de orden sindical e incluso de "extremistas" izquierdosos se arman de bastones y flanquean la policía en las represiones.
Prensa y televisión instigan, y la espantosa mezcla de en medio es obligada finalmente a ionizarse, esto es a ser sacudida de una parte a otra hasta romperse. Ahora alguno puede (quizás) entender un gamberro de la periferia, más allá de ser un producto degenerado de un capitalismo putrefacto, es al mismo tiempo un elemento igualmente material, factor de rotura, de aclaración, de polarización. Esto ha ocurrido, porque el gamberro ha obligado a todos a aclararse, dilatando la banlieue al mundo entero. No todos han casado la tesis de la ciénaga y cogen distancia de los incendios: no todos de izquierda han alegado repelentes justificaciones para su búsqueda de una revolución "angelical" del inexistente proletario puro. Han aceptado, como se acepta en meteorología, que junto a los rayos, esto es a la polarización evidente, "limpia", hay los fenómenos "sucios" Como el agua de los aluviones que muge violenta y arrolla todo.
n+1, nº 19, Abril 2006