El ciclo histórico de la economía capitalista
El modo capitalista de producción vive ya bajo los regímenes feudales, semiteocráticos y de monarquía absoluta, y tiene como característica económica el trabajo asociado, por el cual, cada obrero individualmente no puede efectuar todas las operaciones necesarias para la confección del producto y estas en cambio son confiadas sucesivamente a distintos operarios.
A este hecho técnico que deriva de los nuevos descubrimientos e invenciones, le corresponde el hecho económico de que la producción de las manufacturas y las fábricas vence por su mayor rendimiento y menor costo a la del taller del artesano, y el hecho jurídico de que el trabajador ya no es dueño del producto de su trabajo, y no puede ponerlo a la venta en el mercado. Aquel que detenta los nuevos medios técnicos y se convierte en el poseedor de los más complejos instrumentos de trabajo que permiten realizar el trabajo asociado, deviene propietario del producto, y a los colaboradores de la producción les paga una retribución en dinero.
El capitalista y el asalariado aparecen escindiéndose de la figura unitaria del artesano. Pero las leyes de la vieja sociedad feudal impiden que el proceso se generalice, inmovilizando con esquemas reaccionarios la disciplina de las artes y de los oficios, frenando el desarrollo de la industria que amenaza a la clase dominante de los propietarios terratenientes, obstaculizando el libre flujo de las mercancías dentro de las naciones y en el mundo.
La revolución burguesa nace de este contraste, y es la guerra social que los capitalistas desencadenan y dirigen para liberarse a si mismos de la servidumbre y de la dependencia de las viejas castas dominantes, para liberar las fuerzas de la producción de las viejas prohibiciones, y para liberar de las mismas servidumbres y de las mismos esquemas a las masas de artesanos y de pequeños propietarios, que deben surtir el ejército de los asalariados y que deben llegar a ser libres de llevar al mercado su fuerza de trabajo.
Es esta la primera fase de la época burguesa: la palabra del capitalismo en economía es la de la libertad ilimitada de toda actividad económica, de la abrogación de toda ley u obstáculo puesto por el poder político al derecho de producir, comprar, hacer circular y vender cualquier mercancía intercambiable por dinero, incluida la fuerza de trabajo.
En la fase librecambista, el capitalismo recorre en los diferentes países los primeros decenios de su grandioso desarrollo. Las empresas se multiplican y crecen, el ejército de trabajadores aumenta progresivamente en número, las mercancías producidas alcanzan cantidades colosales.
El análisis dado por Marx en El Capital de este clásico tipo de economía capitalista libre de cualquier vinculo estatal, y de las leyes de su desarrollo, facilita la explicación de las crisis de superproducción a las que conduce la carrera sin freno hacia el beneficio, y de las bruscas repercusiones por las cuales el exceso de los productos y la caída de su precio determinan periódicas oleadas de crisis en el sistema, cierre y quiebra de empresas, con la caída en la oscura miseria de multitud de trabajadores.
Con sus incurables contradicciones económicas, en el complicado proceso histórico lleno de multiformes aspectos locales, de avance y retroceso, de oleadas y contraoleadas, ¿tiene el capitalismo como clase social la posibilidad de reaccionar? Según la clásica critica marxista, la clase burguesa no poseerá nunca una teoría segura y un conocimiento científico del devenir económico, y debido a su propia naturaleza y a su razón de ser no podrá instaurar una disciplina sobre las potentisimas energías que ella ha suscitado, similar al clásico ejemplo del mago que no es capaz de dominar las potencias infernales evocadas por él.
Esto no hay que interpretarlo escolásticamente en el sentido de que el capitalismo carezca de toda posibilidad de prever y retardar, por lo menos, las catástrofes a que le conducen sus mismas vitales exigencias. Él no podrá renunciar a la necesidad de producir siempre más, y en su segundo estadio desarrollará sin freno su tarea de potenciar la monstruosa maquina de la producción, pero podrá luchar por la colocación de una masa cada vez mayor de productos que amenazarían ahogarlo, engrandeciendo hasta los limites del mundo conocido el mercado de su venta. Entra así en su tercera fase, la del imperialismo, que presenta nuevos fenómenos económicos y nuevos reflejos, que sirven para ofrecer ciertas soluciones a las crisis parciales y sucesivas de la economía burguesa.
Esta fase fue prevista, ciertamente, por Marx, ya que el desarrollo de la producción capitalista y la conexión de mercados lejanos son fenómenos originariamente e históricamente paralelos, y dialécticamente el propio descubrimiento de las vías de comunicación comercial ha sido uno de los factores principales del triunfo del capitalismo.
Pero el análisis de las características de esta tercera fase, en coherencia completa con el método marxista, nos lo ofrece Lenin en su ya clásico estudio sobre "El imperialismo como más reciente fase del capitalismo".
Las características de este tercer estadio capitalista, que ya eran evidentes en el periodo preparatorio de la primera guerra mundial, se hicieron aún más patentes después de ésta. El sistema capitalista ha sometido a una revisión importante los cánones que lo inspiraban en su fase librecambista. La expansión en el mercado mundial de la masa de productos ha ido acompañada de un intento grandioso de controlar el juego desordenado de las oscilaciones de sus precios, del cual podía depender el hundimiento del colosal armazón productivo. Las empresas se sindicaron, salieron del individualismo económico, de la absoluta autonomía de la empresa burguesa típica, surgieron los carteles de producción, los "trusts", se asociaron con rigurosos pactos las empresas industriales que producían las mismas mercancías, con el fin de monopolizar la distribución y fijar los precios libremente.
Y puesto que la mayoría de las mercancías constituyen al mismo tiempo el producto vendido por una industria y la materia prima adquirida por otra a continuación, surgieron los carteles verticales que controlan, por ejemplo, la producción de determinadas máquinas, fijando los precios de todos los pasos empezando por los de la originaria industria de extracción del hierro. A la vez se desarrollaron los bancos, los cuales, apoyándose en las más potentes agrupaciones capitalistas industriales de cada país, controlaron y dominaron a los productores menores, y fueron constituyendo en cada gran país capitalista, en círculos siempre restringidos, verdaderas oligarquías del capital financiero.
Esto, en la definición de Lenin, asume cada vez más un carácter parasitario.
El burgués ya no posee la clásica figura del capitán de industria, organizador y promotor de nuevas energías que utiliza los recursos y secretos de la nueva técnica con la inteligente habilidad organizativa de las modernas formas de trabajo asociado. Dios en su fábrica, como en el antiguo régimen lo era el feudatario en su tierra, romántico creador de la fusión de energías entre el mecanismo del que posee el secreto y los trabajadores, que lo ven más como a un jefe que como a un patrón.
Ahora, el director de las modernas fábricas es también un asalariado, más o menos cointeresado en las ganancias, un siervo dorado, pero aún un siervo. El burgués moderno no es un técnico de la producción, sino de la especulación, un recaudador de dividendos a través de un paquete de acciones de una fábrica que quizá no ha visto nunca, un componente de la estrecha oligarquía financiera, un exportador no ya de mercancías, sino de capitales y de títulos capitalistas, haz de papeles que pone en sus manos el control del mundo.
La clase dominante, siempre sujeta al dinamismo de la concurrencia entre las compañías emprendedoras, cuando se siente en los umbrales de la ruina halla un limite a la concurrencia con los nuevos esquemas monopolistas, y desde sus grandes centrales de especulación bancaria decreta la suerte de las empresas, fija los precios, vende a bajo precio cuando convenie a la consecución de sus fines, hace oscilar temerosamente los valores especulativos, e intenta con esfuerzos grandiosos constituir centrales de control y de contención del hecho económico, negando la incontrolada libertad, mito de las primeras teorías económicas capitalistas.
Para entender el sentido del extremo desarrollo de ésta tercera fase del capitalismo mundial, se debe, siguiendo a Lenin, relacionarla con el correspondiente desarrollo de las fuerzas políticas que la acompañan, fijando la relación entre capital financiero monopolista y estado burgués, y estableciendo sus conexiones con las tragedias de las grandes guerras imperialistas y con la tendencia histórica general hacia la opresión nacional y social.
De "Prometeo", núm. 5, enero-febreo de 1947