Cristianismo y marxismo
Cuando se habla comúnmente de religión y de ciencia, se las suele considerar como dos manifestaciones del espíritu netamente antagonistas. Y, sin embargo, un examen más profundo nos lleva a la conclusión de que ésta valoración no corresponde a la verdad. Incluso bajo las apariencias, actualmente tan distintas, han sido originadas por las mismas causas y sustancialmente son el mismo fenómeno, sólo que en un grado diferente de desarrollo: la religión más primitiva, la ciencia más desarrollada.
Si los conocimientos han podido alcanzar en el hombre la actual mira de alturas, eso ha sido en virtud de una posibilidad evolutiva de su cerebro infinitamente superior a la de los animales llamados superiores. Esta capacidad evolutiva viene estimulada y accionada por la necesidad de proveer las propias necesidades, necesidad que actúa con un mecanismo que, para usar una expresión extravagante, puede ser, en cierto modo, como el que ejerce el hombre sobre los animales cuando los amaestra. Ese mecanismo consigue producir en su mente, de varios modos, según las capacidades de las diversas especies y de los elementos individuales de las mismas, conocimientos que, sin este estimulante, por sí solos no habrían surgido. Ahora bien, cuando finalmente ha conseguido, en virtud de esta acción, crear los primeros medios técnicos para producir lo necesario para vivir, el hombre ha estado obligado (por el uso de estos medios, que llevan consigo la necesidad de la división del trabajo) a establecer determinadas relaciones, de este tipo y no de otro, con los otros hombres. Las sociedades humanas individuales, que sólo entonces se pueden llamar tales, se han constituido. En ciertas especies de animales no sucede de un modo muy distinto, incluso inferiores (por ejemplo, abejas y hormigas) que realizan un trabajo en común. Los diversos miembros de la organización, que estos animales crean, tienen distintas funciones y relaciones jerárquicas entre sí y siempre son las mismas. Si entre estos animales el desarrollo de su sociedad no se ha movido, eso depende del hecho de que su capacidad evolutiva intelectual se ha detenido. En el hombre ha continuado y continua su desarrollo, estimulado por el aumento numérico de los seres humanos y las nuevas y acrecentadas necesidades que surgen, es inducida a la producción de medios cada vez más ricos para satisfacerlos, que a su vez obligan a establecer relaciones cada vez más complejas, cuya realización no puede tener lugar sin que al mismo tiempo se expresen bajo forma de ideas.
Y en este mecanismo de desarrollo de necesidades sociales, de organizaciones sociales y, por consiguiente, de desarrollo del conocimiento que, en un determinado punto del camino de la humanidad, se forma y aparece, en diversos momentos y en modo casi igual en los distintos agrupamientos de la misma, aquél fenómeno intelectivo, en un cierto grado de su evolución, asume los caracteres por los cuales viene designado con el nombre de religión.
Las primeras formas de organización social estable aparecieron cuando los grupos nómadas, que vivían de los alimentos ofrecidos por el ambiente natural, comenzaron a establecer sus sedes fijas y a cultivar la tierra. Para estimular los ciclos vegetativos en modo de obtener mayores productos, las operaciones del agricultor primitivo debieron adaptarse a ciclos estacionales y a reglas que los primeros jefes y dirigentes de las tribus tuvieron interés en establecer, establecerlas y hacerlas reconocer de modo general. De aquí la necesidad de dirigir la atención sobre el giro de los astros, primero entre lodos (por sus efectos sobre el clima), el sol (que en casi todas las religiones es el primero de los dioses y uno de los más fuertes). La expresión de estas reglas, que tuvieron fuerza de leyes primitivas disciplinadoras de las comunidades, no podía más que asumir formas vagas, misteriosas y fantásticas, surgidas, sin embargo, directamente de una necesidad real y de un procedimiento experimental.
El formarse de las ciencias no acaeció de un modo diferente; baste pensar en las primeras investigaciones astronómicas de los antiguos caldeos, o en el clásico ejemplo del surgimiento de la topografía (ciencia aplicada) y de la trigonometría (ciencia teórica) su hija, nacidas por la exigencia de establecer, tras las fecundantes riadas del Nilo y el retiro o bajada de las aguas, los límites precisos de las parcelas cultivadas por cada familia.
El conjunto que todas estas adquisiciones conduce a sistematizarlas en las primeras generalizaciones y, para tal fin, la función que tienen, en épocas más recientes, la filosofía y la ciencia, comienza a ser asumida por la religión lo que originariamente es, en el fondo, una hipótesis para explicar lo que sucede entre los hombres y en el conjunto del universo y, tal fundamento se conserva en la cúspide de su desarrollo. Su aparición debe indicar que el ser humano ha llegado a un punto tal de su evolución intelectual, como para establecer la relación causa-efecto entre algunos fenómenos a los que asiste o en los que participa e intenta formular una teoría que pueda servir para explicar todos los fenómenos. Si nosotros llamamos ciencia aquella actividad del intelecto que precisamente tiene la función de explicar los fenómenos, es evidente que toda hipótesis que se propone esta finalidad es una hipótesis científica, aunque se llegue a demostrar equivocada.
Las ciencias no proceden si no es construyendo nuevas hipótesis que las sucesivas observaciones liminan totalmente o en parte para permitir la construcción de las nuevas. Estas son posibles, y en todo constituyen un paso adelante, en cuanto existen las nociones precedentes que le han servido de base o de punto de apoyo, incluso si estaban en perfecta contradicción con ellas. El paso adelante tiene los límites de posibilidades impuestas por los conocimientos ya adquiridos, no por la mayor o menor genialidad de esta o de aquella otra mente humana. La nueva hipótesis, o sea la nueva doctrina, considerada más precisa, más exacta, más verdadera que la considerada hasta ayer la verdadera, no ha surgido por taumatúrgica virtud de un genio excepcional y superior a los otros; es considerada más exacta y lo es, no porque ha alcanzado o se ha acercado a la verdad absoluta, sino porque o bien consigue dar una explicación a fenómenos hasta ese momento inexplicados, o le da una explicación más aceptable para aquellas mentes que, habiendo adquiridos las nociones más modernas, reconocen como equivocadas o imprecisas o incompletas las explicaciones precedentes.
Para atender mejor la naturaleza de muchos fenómenos, conviene sorprenderlos en el momento en que se inician. Llegados a continuación al máximo de su desarrollo, muy a menudo se sobrecargan de otros elementos, los cuales enmascaran la genuina y originaria fisonomía. Por cuanto se refiere a las religiones, es casi imposible reconocer el origen estudiándolas tal como son hoy, casi todas ya en un alto grado de desarrollo. Es necesario remontarse a las primeras manifestaciones de las mismas, y tratar de reconstruir cuales eran las nociones que los hombres tenían de las cosas y de los acontecimientos, que sirvieron de base o de punto de partida para las primeras manifestaciones religiosas.
Aquellas nociones deben ser muy rudimentarias, cuando, por ejemplo, se comenzaron a formar las primeras bases de aquella que devino la religión greco-romana, con su cortejo de dioses, de ideas, de semidioses, etc. Es cierto que existía la observación secular de que había seres que se movían, que se alimentaban, se modificaban y morían, y seres que no se movían y no se alimentaban. Y, finalmente, seres o cosas que no se modificaban y no se movían por si solos y para moverse debían ser transportados o empujados por los seres que tenían facultades de movimiento.
La idea del movimiento, que estuvo entre las primeras en formarse, estaba ligada la existencia de ciertos y determinados seres que tenían determinadas características. Fue un paso significativo en el conocimiento, aquel que en principio fue dado por hombres con ingenio o agudeza superiores, y que consistió en la formulación de la hipótesis de que cuerpos (como por ejemplo el sol y la luna) no pertenecientes a aquellos que se movían por si solos, debiesen ser empujados o trajinados por seres similares a los hombres o a los animales aunque no fuesen visibles.
Admitida esta primera hipótesis que fue un intento de explicación científica, aunque si bien hoy ya no sea aceptable, las elucubraciones posteriores debieron darle a estos seres, de los que se había admitido la existencia, las cualidades necesarias para llevar a cabo las acciones que se consideraban que pudiesen realizar, o sea, la potencia, infinitamente superior a la de los hombres, y la eternidad, o sea, la inmortalidad.¿Qué más se necesita para afirmar que la idea de la divinidad se ha formado?
Y el hombre, todavía primitivo, no podía no atribuir a estos seres las mismas cualidades que él tenía, aunque fuese en modo infinitamente mayor. Cualidades que en cierto modo eran concebibles en cuanto negación de las que el hombre poseía. Estos seres, tan potentes, llevaban a cabo acciones que no todas eran benéficas para los hombres, los cuales juzgaban y juzgan los acontecimientos por el bien y por el mal que recibían. Y estas acciones suyas debían sufrirlas los hombres, por tanto, esos seres eran también los dueños de los destinos humanos. Si hacían daño, quiere decir que la culpa era de los hombres por haberles provocado la cólera y era necesario encontrar el modo de conseguir sus favores. (Ya en este momento se esta infinitamente lejanos de las primeras hipótesis para intentar una explicación de los fenómenos de los que asisten los hombres). Para conseguir sus favores no podían comportarse más que como se comportaban de costumbre con los poderosos de la tierra, a los que se hacen ofrendas y se dirigen plegarias. Todo esto debía ser hecho en medida aún mayor, dado que ellos eran mucho más poderosos que los poderosos de la tierra. Y para estas funciones de enlace los más idóneos eran precisamente los que cultivaban, sabían y enseñaban estas cosas. La casta de los sacerdotes se fue creando así. A estos se hacia necesario darles una casa para que realizasen sus funciones. Y así nacieron los templos. No falta ninguno de los elementos constitutivos de una religión. Así ha surgido en el mundo greco-romano aquella religión que fue llamada paganismo, en cuyo mecanismo de producción no ha influido solamente el factor puro y simple del aumento o mejoramiento del conocimiento: el desarrollo del paganismo ha seguido al desarrollo de los eventos humanos.
Cuanto más se han acrecentado, amplificado y modificado estos eventos, más ha crecido la familia de los dioses o se han ido aumentando las funciones y más se han perfeccionado la organización y la jerarquía, recalcadas ambas en la organización y la jerarquía que se iban formando en la sociedad humana. Los hombres no podían ni pueden concebir otra. Pero si éste puede haber sido el origen del paganismo, que ha alimentado en el mundo greco-romano el sentimiento religioso, el cristianismo no ha nacido así, puesto que el cristianismo encuentra dicho sentimiento precediéndolo desde hacia siglos en el espíritu humano.
Nació en el basto mundo de la romanidad en el período de decadencia del régimen esclavista y del Imperio Romano que de aquel régimen es la superestructura y al mismo tiempo el sostén. Nace como la expresión de una rebelión de las clases oprimidas y de los pueblos oprimidos por aquel régimen. Este complejo ideológico fue denominado luego como cristianismo, porque quien lo formuló con mayor precisión fue Cristo, así como la leyenda, o sea los Evangelios lo han traído hasta aquí. No tiene importancia para nuestro asunto la cuestión de si él haya sido o no un personaje histórico: importa el hecho de que las masas oprimidas, impulsadas por las necesidades de su existencia a rebelarse incapaces de traducir esta aspiración suya si no es en los términos de una experiencia religiosa, no pudiesen rebelarse sin tener como guía y sostén a un ser superior a los hombres, a una divinidad. Era necesario combatir contra una archipotente organización social, que se había constituido, levantando en su defensa incluso un cortejo de fuerzas sobrenaturales, o sea de dioses. Pero el Dios de los oprimidos no podía pertenecer al grupo del Olimpo, del que todos los que formaban parte sólo y siempre se habían ocupado de ayudar a los opresores. Cuando este grupo de Dioses se había formado, los oprimidos no existían todavía como clase activa y revolucionaria en el teatro de la historia. El régimen esclavista estaba en su fase ascendente de desarrollo, en la fase en que la esclavitud, hasta un cierto punto era una cierta ventaja para el esclavo. El Dios de los oprimidos debía ser de una naturaleza distinta que aquellos, y más fuerte que todos aquellos juntos. Pero tratándose de Dioses no era posible aceptar que viviesen juntos, y, por consiguiente, comandasen, dirigiesen conjuntamente los unos, amigos de una parte de la humanidad y, los otros amigos de la otra. Nacía y se imponía la cuestión de que los unos y los otros fuesen los verdaderos Dioses.
Por otra parte, esta claro que una primera expresión embrional precientífica, a la altura tanto del conocimiento de los jefes como de la incultura de las turbas, de la exigencia de derrocar al régimen teocrático tradicional, no consiguiendo traducirse en un postulado igualitario que elevase al esclavo a la altura del patrón, se formulase simbólicamente en la afirmada igualdad de todos los seres humanos en una vida de ultratumba, y la reivindicación contra las vejaciones del estrato poseyente se presentase, por ejemplo, a las masas ingenuas de los oprimidos como la prohibición para ellos (los estratos poseedores) del reino de los Cielos. Este aspecto, llamémosle externo, más pasional y más comprensible, inicia el vuelo: la lucha que termina con la desaparición del paganismo, pero que en sustancia es el que la precipita y el hundimiento del régimen esclavista, toma el aspecto, en la historia de la humanidad, de una lucha de religión. Pero el Dios Cristiano, único, tan potente como para darle
la victoria a los oprimidos, no puede ser sólo el Dios de estos sin ser al mismo tiempo el patrón, a incluso el creador del Universo, desde donde regula. comanda, crea y dirige toda manifestación.
A este punto de su desarrollo, la idea cristiana, nacida como expresión de las aspiraciones de los oprimidos, pasa a devenir una hipótesis, una nueva hipótesis, para la explicación de los fenómenos humanos o del universo, y como tal expresa en sus desarrollos las vicisitudes de la sociedad de la que deviene poco a poco la superestructura ideológica. No queremos volver a recorrer aquí el complejo camino histórico por el cual la religión cristiana, nacida como formulación ideológica de la revuelta de las plebes oprimidas y, como tal, rica de fermentos revolucionarios aún si no son traducibles en el plano de una transformación radical de la sociedad, devino la religión y la bandera ideológica de las clases dominantes, del Imperio romano primero, de los regímenes feudales después, y por esto se modelase sobre las exigencias concretas y sobre la estructura de estas sociedades manteniendo el postulado de la igualdad abstracta de todos los hombres frente a Dios (y por eso de su hermandad) y convalidando al mismo tiempo, en el plano de la vida terrenal, la férrea división jerárquica de las clases a las que le dio también sanción divina y carácter de ley inexorable. La burguesía naciente, al igual que luchaba contra los vínculos de las relaciones de producción que obstruían su dinamismo de clase revolucionadora, también luchó en el tardío Medievo y en los inicios del Evo Moderno contra el rígido y dogmático andamiaje ideológico cristiano, contra la visión del mundo defendida celosamente en base a la justificación teórica de la permanencia de aquellas relaciones, que también hallaba una manifestación concreta en el aparato jerárquico y centralizado de la Iglesia. Y fue la lucha de la ciencia moderna contra los baluartes del dogma y de la Iglesia contra el asalto de la ciencia. Y, sin embargo, concluida la destrucción de la sociedad feudal por la burguesía revolucionaria, fue la misma clase vencedora la que hizo suya una religión que, en su codificación secular se adaptaba bien para sancionar la sumisión inexorable de las clases oprimidas, la nueva esclavitud del trabajo asalariado. Al igual que se había reconciliado con la iglesia aun destruyéndole muchos privilegios, del mismo modo la burguesía iluminista y racionalista, la burguesía creadora de la ciencia moderna, la revolucionadora del mundo económico medieval como de las ideologías tomistas, debía hacer suya la religión cristiana, apelando a sus postulados igualitarios y humanitarios contra las viejas clases dominantes, y a su construcción jerárquica contra las clases oprimidas. La ciencia moderna, hija de la burguesía naciente, ya había eliminado la necesidad de admitir la presencia de un ser superior para explicar los fenómenos del mundo: y sin embargo, como se ha visto, había dejado subsistir intacta la religión cristiana con su pertrecho de dogmas abiertamente contrastantes con aquel principio: la había dejado subsistir porque, hija de la nueva clase dominante, le reconocía la necesidad con fines de conservación social. Por la misma razón, aquel principio, reconocido en el plano de las ciencias como interpretación de los fenómenos del universo, no fue llevado al plano de las relaciones humanas para interpretar el desarrollo y el progreso de las mismas como producto de fuerzas que nacen de los hombres en cuanto productores y accionan entre ellos y sobre ellos. Esta concepción, para que llegue a ser idea dominante y fuerza activa es necesario que sea la expresión, el pensamiento de una clase que, por la necesidad de su desarrollo, de su existencia y, por tanto, de su lucha, debe asumirla en su ideología. Es la clase que sufre la nueva esclavitud del trabajo asalariado que, indagando en sus miserias llega a esta conclusión: que sus condiciones no son una condena impuesta por un ser sobrenatural (así como no es un ser sobrenatural el que gobierna el mundo estudiado e interpretado por la ciencia), sino el fruto de la actividad humana. Y, si es así, es la misma actividad humana la que debe sanarlo. Esta clase es el proletariado. Pero al proletariado, por su vida y por su función de clase revolucionaria, no le basta este elemento ideológico. Necesita de una doctrina más compleja, destructora y constructora al mismo tiempo. Tal doctrina es el comunismo.
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El marxismo nace en condiciones muy análogas al cristianismo. En efecto, nace de la lucha de clase y propiamente de la actual del proletariado contra la burguesía, y en función de esta lucha. Nace como expresión ideológica de la clase proletaria, de la cual indica la necesidad de su llegada, la vía y los modos de esta llegada.
El marxismo existe no porque un día haya aparecido en el mundo un cierto individuo que se llamaba Marx, el cual, se ha puesto a filosofar y ha sacado de su cerebro la doctrina que lleva su nombre. El marxismo existe en cuanto que existe, y existía ya antes, la lucha entre proletariado y burguesía. La experiencia y la critica de esta lucha provoca necesariamente en el seno de la clase activa, es decir, revolucionaria, la formulación de las ideas en torno a las mismas.
El elemento casual esta representado por el ser individuo, que encarna tal o cual hecho, de haber nacido aquí o allá, de tener esta o aquella cualidad intelectual, etc. La doctrina marxista, como cualquier otra doctrina, encuentra su fundamento en las doctrinas precedentes y en las experiencias y condiciones históricas existentes. De las doctrinas precedentes, utiliza una parte, rechaza otra, y otra la reconoce equivocada y la corrige. Tampoco la burguesía puede ir más allá de los límites que permiten estas condiciones preexistentes y existentes. Es un término dialéctico del devenir histórico de las luchas de clase; la doctrina marxista es válida mientras que las condiciones que la han hecho nacer no se hayan modificado hasta el punto de generar otros desarrollos. Esa doctrina acompaña, guía y dirige al proletariado en su lucha revolucionaria hasta que éste haya terminado todo lo que esta obligado a hacer por la necesidad de su desarrollo, es decir, destruir la sociedad actual, la sociedad burguesa, para crear a través la fase de su dictadura la sociedad sin clases.
La indagación critica marxista descifra el porqué del rebelarse y constituirse de la sociedad burguesa, y del antagonismo que se produce en ella entre la clase proletaria oprimida y la burguesía dominante. El proletariado muestra como desde el mismo desarrollo de la sociedad burguesa, por virtud de este antagonismo, se vienen creando las condiciones por las cuales el proletariado deberá destruirla. La explicación dada por el marxismo a los fenómenos humanos es una hipótesis científica en cuanto que es una explicación de los mismos y es la sola hipótesis que hoy pueda ser formulada en base a las adquisiciones doctrinales que posee la humanidad. Del examen critico de la época burguesa de la humanidad la teoría se extiende a la interpretación del devenir de todas las sociedades humanas, cuya sucesión siempre es el fruto de la lucha de las clases antagónicas, creadas por necesidades que se derivan de los modos de producción.
Pero de esta hipótesis explicativa de los fenómenos humanos se alimenta o amplía la concepción marxista. E1 salto adelante en el descifrar el mecanismo social y del giro histórico se ha obtenido superando las concepciones tradicionales escolásticas y abstractas de sociedades, de individuos y de justicia, y sustituyendo a este método, que Marx llamó metafísico, la indagación de los contrastes de intereses y de las guerras de clase. De otro modo, las ciencias de la naturaleza habían progresado de modo formidable liberándose de la inmovilidad aristotélica y tomista de los cielos, de los conceptos absolutos de materia y de espíritu, para volver a buscar el juego infinito de fuerzas y de las influencias atractivas y repulsivas en todos los campos de los fenómenos físicos químicos y biológicos.
De ahí el vigor general de la dialéctica, que vale como destrucción revolucionaria de todos los conceptos superados y fósilizados, defendidos por las fuerzas de la autoridad y de la conservación. De aquí la amenaza al mundo moderno, al mundo burgués, que se detuvo en la aplicación de la critica filosófica al campo de las ciencias de la naturaleza, de extender la crítica al campo de la economía política y vencer sus resistencias de clase con la critica al campo de la economía política y vencer su resistencia de clase con la crítica de las armas revolucionarias.
La formación de la concepción marxista presenta algunas analogías con la formación de la cristiana, ya sea por las causas que la han producido, como por su desarrollo hasta devenir una explicación general de los fenómenos del universo. Pero el contenido de las dos concepciones no sólo es distinto, es antitético. El cristianismo ha sido la doctrina de aquel cierto período histórico, o sea, del traspaso revolucionario que determinó el hundimiento de la economía esclavista y por el cual se han venido creando las bases de la sociedad que aún perdura, a pesar de las inmensas transformaciones sucesivas. Se fundaba en la existencia de fuerzas sobrenaturales.
La concepción marxista, surgida en un período de bastísimo desarrollo del conocimiento, que en la fase de investigación y en la de divulgación, excluyen el recurso a la intervención de fuerzas sobrenaturales, esta llamada a acompañar aquella acción revolucionaria del proletariado que debe conducir a destruir precisamente la sociedad que el cristianismo ha contribuido a formar.
Al igual que la sociedad en la que prevalecerá el proletariado esta destinada a destruir la actual, así también la hipótesis o la doctrina marxista esta destinada a hacer justicia sobre las precedentes y en particular sobre el cristianismo, del mismo modo que este lo hizo, a su vez, con la religión pagana. Del cristianismo quedará el recuerdo histórico, el recuerdo de un hecho pasado, tal como es hoy, la religión pagana, con esta profunda diferencia: que, en relación al paganismo el cristianismo ha sido una pura y simple superación, tanto porque como hipótesis explicativa de los fenómenos no sale del mismo concepto de la necesidad de la intervención de la idea divina, como porque, como acción, social si bien ha contribuido a la eliminación de la esclavitud en el sentido clásico de la palabra, no ha hecho mas que contribuir a la sustitución de esta con nuevas y más refinadas formas de esclavitud. Si, antes de él, se compraba al esclavo, comprándose de hecho la capacidad laborativa, y se le daba lo estrictamente necesario para vivir, en la sociedad burguesa que continua reclamándose al cristianismo, es el trabajador el que en el mercado ya no se vende a si mismo sino sus capacidades de trabajo, y el capitalista que las compra le da en compensación lo estrictamente necesario para que pueda vivir, o sea, mantener eficiente su capacidad de trabajo. Esta es la forma de esclavitud, que ha contribuido a crear el cristianismo, y que hoy se llama asalariado. Al trabajador diligente el cristiano le ofrece la ilusión contenedora de una recompensa después de la muerte, el reino de los cielos, como premio por su resignación a aceptar la tristeza de la presente miseria.
El marxismo, por el contrario, mirando precisamente hacia la destrucción de esta forma de esclavitud, con la eliminación del asalariado, mira hacia la demolición del pilastro fundamental sobre el que se apoya toda la sociedad actual, para crear una sociedad sin clases y por eso sin ideologías que se reclamen a la división en clases y a su proyección en todos los campos del saber.
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La doctrina y la práctica de la lucha de clase son el centro del marxismo, pero no pueden ser propuestas separándolas de la reducción de los hechos políticos o históricos a la subestructura económica en la que se determinan las necesidades y chocan los intereses. No hay marxismo si no se indaga por la misma vía sobre los orígenes de todos los hechos de naturaleza moral y cognoscitiva. En esta indagación, como hemos recordado, encuentra su puesto el origen histórico de las concepciones religiosas como el de las científicas tratadas como procesos análogos, que no responden a esferas distintas ni interpretables fuera del campo de las relaciones materiales y naturales.
Nada quedaría de la descripción marxista en el sucesivo choque histórico de las clases sociales en lucha, si se quisiese tratar como mundo separado aquellos de la física, de la economía, del derecho y de la ideología.
A la posición de los propietarios de esclavos que habían construido una teología prohibida a sus siervos oprimidos, se opuso útilmente una mística más desarrollada que, fingiendo para cada individuo la misma esperanza de una vida de ultratumba y de un juicio sobre las propias acciones, se prestaba bien para conducir a la lucha igualitaria.
Cuando la ideología cristiana fue adoptada para defender la monarquía de derecho divino y el absolutismo político, le convino a la burguesía, empujada por sus exigencias económicas, desarrollar la critica de todo presupuesto sobrenatural. Devenida clase dominante, se detuvo en su obra destructiva ante el peligro de hundimiento de toda barrera jurídica y ética, de todos estos sistemas que mutan, si, pero siguen siendo indispensables para los regímenes fundados en los privilegios de clase. Es pues, solo con la lucha del proletariado para abatir al capitalismo como puede ser empujada hasta el fondo una critica científica radical apta para remover todas las incrustaciones ideológicas transmitidas por los sucesivos sistemas de clase.
Querer aceptar el determinismo económico marxista como clave de los choques sociales en el presente mundo y, por consiguiente, también en la historia pasada, querer tomar parte en la lucha al lado de la clase obrera y con un programa anticapitalista, no es ni lejanamente admisible donde se pretenda que tal posición y acción se limiten a un campo restringido y extraño, al campo del conocimiento científico, de la profesión de ideas filosóficas, o de la confesión religiosa.
Actuando así, efectivamente, se hace imposible considerar y desarrollar el contraste entre las nuevas fuerzas productivas, la primerísima es la clase que lucha por su emancipación, y las relaciones y formas de producción vigente que para Marx son al mismo tiempo el sistema social, el derecho vigente, el estado, la ética, las ideas tradicionales que responden a la justificación del dominio de la clase en el poder y las ideologías que constituyen la avanzadilla de defensa de sistemas sociales todavía más antiguos.
No puede haber, pues, mayor monstruosidad que la asunción de un proceso espiritual independiente y su superior de naturaleza religiosa o también filosófica en la que se pueda participar con manifestaciones de opinión e incluso con actos de profesión de culto, y la adhesión y participación contemporánea en la lucha proletaria de clase.
Una adhesión similar al marxismo es doblemente contradictoria; en primer lugar porque anula la dependencia y derivación de los procesos intelectivos y emotivos de las condiciones materiales y económicas en las que vive el individuo y la clase; en segundo lugar porque destruye la sucesión histórica de las clases sociales en lucha y también haciendo imposible comprender como han empleado en el ataque y en la defensa sus propias armas ideológica y propagandísticas, reflejo de sus intereses, a través de la formación del arma teórica de la lucha obrera, arma en la que nosotros vemos una fuerza tan concreta como las económicas y militares, arma que es el marxismo mismo como el marxismo no puede ser otra cosa más que esta arma revolucionaria; y, por consiguiente, no se puede permitir profesión de fe a los conformistas de cualquier género, a los creyentes en las mentiras de la civilización burguesa o directamente en los avances de un paraíso que la misma burguesía consideró que ya había saltado por los aires hecho añicos.
"Prometeo" n. 12, 1949.