Presión "racial" del campesinado, presión de clase de los pueblos de color(1)

Normas del trabajo marxista

Al no ser nuestro objeto la producción y la crítica estéticas o literarias, los camaradas y lectores no tienen que detenerse a apreciar el pasaje, la página o el texto que publicanos, sino que deben tener presente el vinculo entre las diferentes partes del trabajo realizado por nuestro pequeño movimiento en su esfuerzo por volver a trazar todas las lineas del edificio marxista según un plan unitario.

No nos propusimos dictar un testamento. Por consiguiente, lo que guía nuestro trabajo en la realidad no es un método de exposición sistemático, sino la exigencia de hacer frente en los diferentes dominios a las rupturas y fallas que debilitan el movimiento revolucionario. Sin embargo, siempre tememos bien presente en cada una de nuestras intervenciones su vinculo con la estructura única a la que se ligan todas las intervenciones anteriores.

Tras la lectura del texto, no es cuestión de organizar «elecciones libres» en cada fuero interno, de convocar al cuerpo legislativo en cada corazón y de pasar luego al voto. Por el contrarío, el lector debe esforzarse al máximo por «volver a colocar» los hechos analizados en el sistema ordenado de nuestro programa. No debe emitir juicios, sino cumplir su parte de trabajo.

No hablan aquí ni individuos, ni teóricos, ni profesores, sino los hechos. Confrontamos, afrontamos los hechos pasados a los hechos presentes y futuros confirmando, así, en forma experimental, los resultados de confrontaciones análogas realizadas desde hace aproximadamente un siglo.

En una carta a uno de los que creen en la misión cartesiana de la crítica (instrumento respetable que admiramos en manos de la burguesía que supo forjar con él más de cinco siglos de historia de la sociedad humana; pero nosotros ya hemos empuñado otros instrumentos), un camarada escribía con mucha justeza:

«La situación actual, caracterizada por la ausencia transitoria de un movimiento autónomo del proletariado, nos obliga a reivindicar en el dominio de nuestra actividad práctica la integridad de nuestros textos clásicos; a combatir toda alteración de los mismos; a saber esperar que el trastrocamiento inevitable de la situación plantee nuevamente el problema del vinculo práctico entre el programa y las luchas del proletariado; a no pretender reemplazar esas luchas con nuestro cerebro para resolver problemas que, en realidad, 101 veces sobre 100 nos son sugeridos por la burguesía».

Dos puntos a establecer

Parece que ha llegado el momento de fijar nuestra atención en dos puntos del marxismo que, por otra parte, nunca hemos dejado de lado y que están estrechamente ligados entre si: la cuestión agraria y la cuestión nacional y colonial. Esto es lo que haremos próximamente en nuestros escritos y en reuniones de trabajo, lo que, desde luego, será hecho con interrupciones, paréntesis y reanudaciones ya que no somos un ministerio que distribuye carteras bajo el farsante pretexto de contar con competencias particulares.

Naturalmente, emprendemos este trabajo prometiendo no inventar ni difundir nada nuevo, sino ligándonos siempre al sólido material histórico del que disponemos. No trabajamos para someter el resultado a opiniones democráticas, sino para demostrar que cuando todos los hechos materiales están claramente establecidos y colocados en su justo lugar, a la Señora Opinión le queda casi tanta libertad como a la imagen que se forma en la pantalla según las leyes de la propagación óptica y de la sensibilidad luminosa.

En el curso de los años precedentes nos hemos ocupado de la economía marxista - considerándola sobre todo bajo el ángulo de la descripción científica de la sociedad que se caracteriza por el trabajo asociado - y del programa que es dialécticamente inseparable de ella. Esta parte de la crítica marxista «supone» una sociedad capitalista plenamente desarrollada, y ello por dos razones. En primer lugar, porque la escuela enemiga sostiene que todos los inconvenientes sociales y todas las causas de desequilibrio desaparecerían si todas las relaciones económicas de la sociedad fuesen mercantiles y salariales. Luego, porque si queremos definir la sociedad comunista en forma científica, en sus caracteres opuestos y antitéticos a los de la sociedad capitalista, como punto de llegada del desarrollo histórico y no como un cuadro frío y estático, sólo podemos partir de una sociedad precomunista plenamente desarrollada y, por tanto, de un capitalismo supuestamente integral. Tal como hemos mostrado, Marx elige a Inglaterra para extraer de allí sus datos, pero sabiendo claramente que no era ni es aún puramente capitalista más que en parte, y hace abstracción de lo que conserva de no capitalista. En otro texto mostramos que el mismo Marx lo afirma y que insiste en todas las formas sociales presentes en Inglaterra (aunque en menor grado que en otros lugares) y extrañas a las tres únicas formas sobre las que funda su demostración del carácter inevitable de la crisis: empresa industrial, propiedad de la tierra, trabajo asalariado.

Sin embargo, en la parte histórica de su obra - incluso podríamos decir geográfica, de geografía social -, parte que desarrolla paralelamente a esta teoría «maestra» de la economía capitalista pura, todas las zonas y fases «impuras» son consideradas y analizadas a fondo. Y allí tiene en cuenta el papel, a menudo de primer plano y de primerisima importancia, que juegan las clases sobrevivientes que se vinculan al precapitalismo (campesinos, artesanos, pequeños comerciantes, etc.), así como el desarrollo histórico de los países que aún no entraron en la fase capitalista y, en particular, de las razas no blancas que aún están bajo formas no solo feudales, sino incluso esclavistas y bárbaras.

Parte histórica y filosófica

Por lo tanto, Marx consagró una gran parte de su obra a establecer las entidades y las leyes que rigen la economía del capitalismo y a definir los términos de la reivindicación comunista. Hoy, como en tiempos de Lenín, la mayoría de las tesis correctas fueron olvidadas y deformadas, precisamente cuando los datos históricos actuales las vuelven más vigentes aún. No obstante ello, nosotros no hemos descuidado la «geografía de las áreas de lucha de clase y de revolución» y las modificaciones que intervienen en la extensión de esas áreas a medida que en los países avanzados se vuelven dominantes las formas industriales puras y que la producción y el mercado capitalistas invaden los países atrasados.

En la base de la doctrina marxista está el enfrentamiento entre una forma capitalista acabada y un proletariado que cubre el conjunto de los sectores del trabajo productivo. El objetivo al que apunta la organización revolucionaria es el de tejer una red internacional completa para llevar adelante una lucha que se desarrolle a escala mundial. Una vez establecido esto, no tendría absolutamente sentido alguno pretender que las situaciones mixtas deban ser lisa y llanamente ignoradas, y que el paso de las fuerzas sociales y de los organismos estatales que les corresponden no pueda ser importante, y hasta decisivo, para la tarea y la acción propias de la clase obrera moderna.

Al desarrollar la teoría económica y social del capitalismo y de su desenlace en el comunismo, con numerosas referencias a la historia y a la geografía de las fases impuras, hemos desarrollado también lo que corrientemente se denomina la parte «filosófica» del marxismo, es decir, nuestra teoría de la dinámica histórica, de las causas y de las leyes que rigen los hechos históricos, dando así la solución de los famosos problemas de la conciencia, de la voluntad y de la acción que están en el origen de tantas orientaciones falsas. Hemos demostrado que el determinismo económico, el materialismo histórico y dialéctico de Marx, del que tantos reniegan (y estamos más dispuestos que nunca a combatirlos) sólo puede significar la negación de la idea según la cual la acción del individuo estaría precedida por la conciencia y la voluntad y que, por medio de esta acción, podría ejercer una influencia sobre la historia de las colectividades. Por lo tanto, hemos examinado una vez más, en forma inmutable y textualmente conforme a los primeros enunciados del método marxista, la naturaleza y función del partido de clase. Solamente en el partido de clase, que es un órgano impersonal, se puede hablar de una praxis fundada en el conocimiento teórico y en la decisión voluntaria. Por otra parte, éstos no dependen de libres elecciones arbitrarias, sino de orientaciones establecidas previamente y de la realización de algunas condiciones dadas que es posible estudiar, descubrir, experimentar, pero nunca provocar por medio de recetas, expedientes, estratagemas o maniobras.

A este problema se vincula directamente el de la táctica, es decir, el de los métodos de acción propios a las diferentes fases y condiciones del desarrollo histórico. También aquí hemos acumulado un material útil y sólido - sin que jamás sea posible decir que este trabajo está terminado - recurriendo casi a cada paso a los esclarecimientos de principio indispensables para evitar los siempre posibles extravíos.

Uno de los errores más considerables es la afirmación - muy a menudo injustamente atribuida a la Izquierda comunista con el objetivo de desembarazarse de sus criticas, planteadas en 1920 y brillantemente confirmadas por la historia - según la cual sólo debemos ocuparnos de una situación «de dos personajes»: los proletarios asalariados contra los empresarios capitalistas, y que el movimiento y el partido de los proletarios no tienen nada que ver, qué decir, ni qué hacer, cuando entra en escena un tercer personaje. Por consiguiente, es útil analizar nuevamente la cuestión campesina y la de las nacionalidades conformándonos, por el momento, con una rápida síntesis documental que muestre que la Izquierda, lejos de ignorarlas, siempre les ha acordado toda su atención.

Ayer

Antes de Lenin

En exposiciones más detalladas será preciso recordar, ante todo, los resultados establecidos por Marx con respecto a estas dos grandes cuestiones: la cuestión agraria y la cuestión nacional.

Para la primera, la exposición del Libro III del Capital sobre la renta del suelo aporta elementos fundamentales. Para demostrar que en la hipotética sociedad capitalista pura la renta de la tierra se forma como parte de la plusvalía, mientras el poder del capital no se haya desembarazado de los terratenientes nacionalizando la tierra y los inmuebles (lo que aún no seria socialismo, lejos de eso), Marx nos dio, según el método del determinismo económico, la teoría y los «modelos» de los tipos de sociedad precapitalista en donde la economía agraria predomina en formas aún no burguesas. Y así como opone su «modelo» de la producción industrial moderna a los de los economistas clásicos y vulgares, así también opone sus modelos y esquemas de las economías preindustriales a los, de los economistas fisiócratas o mercantilistas.

Por otra parte, en los textos de Marx y también de Engels sobre las luchas de clases en Francia y en Alemania, se encuentran innumerables aplicaciones históricas, así como todos los elementos de la doctrina tal como Lenín tuvo que restaurarla luego contra el grosero revisionismo tipo II Internacional de los burócratas conservadores que se habían puesto a la cabeza del proletariado urbano.

Con respecto a la cuestión de las nacionalidades, Marx no dejó de prestarle la misma atención, como lo testimonian no solo la parte histórica de sus obras económicas, sino los textos de la I Internacional y numerosas cartas de su incesante correspondencia. Es indiscutible que Marx no sólo se interesó en las luchas de liberación nacional, sino que proporcionó el apoyo de los proletarios y de los comunistas a la lucha de Polonia contra Rusia, por ejemplo, y a la de Irlanda, atrasada y agrícola, contra Inglaterra, moderna e industrial. No menos fundamental es el interés acordado por Engels (lo hemos recordado en otro texto) a las guerras de constitución de las naciones en Europa continental antes de la guerra de 1870-71.

Comprobaciones dialécticas

El sentido de todo esto es que en áreas geográficas y fases históricas determinadas, claramente definidas en el ámbito de la teoría marxista general del curso histórico (y que no pueden surgir en cualquier momento, como sale un diablo de una caja), ocurre a menudo que la lucha de una masa de pequeños campesinos contra los terratenientes acelera la revolución burguesa y la liberación de las fuerzas productivas modernas de la traba de las relaciones de producción tradicionales. Esta liberación es la premisa indispensable de la lucha y de las reivindicaciones proletarias ulteriores.

Del mismo modo, ocurre a menudo que la liberación de fuerzas comprimidas por las viejas relaciones sólo puede producirse a continuación de una guerra de independencia nacional o de una guerra ligada a una reivindicación irredentista. Estas situaciones, no solo deben ser reconocidas y estar previstas en doctrina, sino que, además, cuando existen fuerzas proletarias de clase ya maduras, éstas deben apoyar a esos movimientos que abren la vía a las fuerzas productivas modernas. En consecuencia, en las áreas y fases evocadas anteriormente (y de las que debe excluirse resueltamente a la Europa burguesa posterior a 1871), los proletarios apoyarán a esos movimientos en los que es indiscutible que luchan esencialmente las capas y fuerzas burguesas más radicales.

En estas áreas y épocas, el error y el derrotismo no residen en la alianza con movimientos - movimientos insurreccionales - de base agraria o nacional, sino, precisamente, en el desconocimiento del hecho de que esos movimientos tienen un objetivo democrático y capitalista. Hacia 1860, Marx exhorta a los trabajadores a luchar junto a los insurgentes de Varsovia pero, al mismo tiempo, ataca despiadadamente a la ideología liberal, patriótica y democrática radical de los jefes de esos movimientos. Lo peligroso seria, por el contrario, que para poder superar esta fase crítica, se sacrificase una fuerza proletaria ya desarrollada en un plano autónomo de clase, al dejarla adoptar la doctrina y la política de la libertad nacional como fin en si y al admitir que ésta pueda constituir un patrimonio, una plataforma eterna común a burgueses y proletarios. Cuando Lenin decía que era inevitable favorecer a una forma burguesa, la llamaba burguesa con todas las letras, y no proletaria como hacen hoy los comunistas renegados (2). Por consiguiente, se trata de comprender la dialéctica y no se la puede suplir con la negación de los hechos y de las necesidades históricas; ni siquiera el hijo de Dios pudo alejar de sus labios cierto cáliz. Pero a todo revolucionario le ocurre, cuando todavía no ha asimilado la dialéctica y cree razonar con absoluta libertad y conciencia, que presupone inconscientemente que su yo, colocado fuera del mundo y contra el mundo, posee una chispita de divinidad. Por tanto, no se trata de proponer a los proletarios y a los militantes que se coloquen cinturones de castidad, sino que aprehendan el sentido histórico del acontecimiento que constituye una doble negación: obreros de Varsovia, adelante junto a los burgueses para negar el poder zarista porque debéis pasar por allí para poder negar el poder burgués; intentad, aunque sea difícil, ayudar a los burgueses, pero sin por esto pensar con su cabeza. El determinismo es el juego de una miríada de unidades y fuerzas que actúan a escala mundial y no el resultado de una armonización artificial de la acción de cada individuo con su voluntad, su conciencia y su pensamiento...

El Congreso de la Internacional Comunista

Reservándonos el volver más detalladamente sobre los textos marxistas que confirman plenamente lo precedente y en los que ya nos hemos inspirado ampliamente, volvamos a las posiciones tomadas en el momento de la constitución de la Internacional de Moscú, en particular durante el Congreso mundial de 1920 cuyas tesis sobre la cuestión agraria y sobre la cuestión nacional y colonial fueron redactadas y presentadas por el mismo Lenín. Durante este congreso, anterior a la constitución del partido comunista de Italia, en todos los casos en que existían, la Izquierda expresó sus claras divergencias. Intervino, sobre todo, en la cuestión del parlamentarismo enfrentándose al mismo Lenín; en la cuestión de la escisión del partido socialista italiano (en acuerdo con Lenin) y en la cuestión de las condiciones de admisión que apuntaba, en particular, a la derecha alemana y francesa, planteando propuestas que Lenin aceptó e introdujo en el texto (la famosa 21° condición).

La cuestión del parlamentarismo desembocaba en la de la táctica y la divergencia sobre esta cuestión apareció más claramente en 1921,1922, 1924 y 1926, en las intervenciones de las delegaciones italianas pertenecientes a la izquierda del partido comunista de Italia cuya enorme mayoría estuvo representada por esta corriente hasta 1924 (3).

Por lo tanto, si la Izquierda italiana hubiese tenido la más mínima objeción que oponer a las tesis sobre la cuestión agraria y sobre la cuestión colonial las hubiese expresado abiertamente. Ahora bien, al examinar los informes y los procesos verbales, no se encuentra indicio alguno al respecto. Por el contrario, en los textos en que estas cuestiones se plantean, se encuentran tomas de posición inequívocas sobre las tesis marxistas que concuerdan perfectamente con el sentido profundo de la restauración doctrinal e histórica de Lenín.

Al contrario, los que se levantaron vivamente contra esas tesis fueron los elementos de derecha: Serrati y Graziadei (como lo hemos recordado en el articulo intitulado Oriente, entre otros) (4). Estos textos son conocidos y, por lo tanto, debería quedar claro que de 1920 a 1953 nada cambió en nuestro análisis de estos problemas contrariamente a lo que parecieron creer algunos camaradas a propósito de la conferencia de Génova (5), que bosquejó un amplio panorama histórico de las «revoluciones impuras» pero que luego se ocupó más directamente de una economía plenamente capitalista: la de los EE.UU.

Volviendo a 1920, vemos claramente por qué la III Internacional consideró fundamentales algunos puntos que el socialismo occidental prácticamente había olvidado. La II Internacional, hundida hasta el cuello en el reformismo sindical y parlamentario, sólo prestaba atención a la población urbana y metropolitana pues era allí, sobre todo, en donde se reclutaban los electores. Pero la formidable preparación del partido ruso, bolchevique y marxista, no podía despreciar fuerzas que en Rusia eran cuantitativamente mucho más importantes que las del proletariado industrial y que ya participaban en la lucha abierta contra el poder zarista. Por una parte, los campesinos oprimidos por los grandes terratenientes y la Iglesia; por otra, los pueblos de todas las nacionalidades sometidas por el Estado gran ruso. Estas fuerzas debían converger en la revolución rusa (y no faltaron a la cita). Había que evaluarlas correctamente y utilizarlas imprimiendo a la revolución, sin embargo, un carácter de clase obrero y socialista.

Si la revolución rusa se hubiese quedado en el estadio de una lucha de liberación de las pequeñas nacionalidades y razas oprimidas, y de emancipación de los campesinos sometidos, no solamente no habría llegado a ser una revolución socialista dirigida por el proletariado ruso y la Internacional mundial, sino que tampoco habría dado a luz a una sociedad plenamente capitalista y con un desarrollo industrial acelerado en las ciudades y en el campo.

Por tanto, los marxistas rusos no podían dejar de plantearse un problema que, quiérase o no, es siempre actual en países de una importancia demógráfica primordial como India y China (para hablar solamente de éstos), a saber, la actitud de los revolucionarios marxistas en una sociedad en la que coexisten el feudalismo, el señorío patriarcal, el capitalismo extranjero, la burguesía nacional, el campesinado pobre, el artesanado y, por último, un proletariado muy poco numeroso y disperso.

Lo que decían las tesis del II Congreso

a. Sobre la cuestión agraria

Un opúsculo sobre la cuestión agraria reeditado posteriormente (6), explicaba a los comunistas italianos el sentido preciso de las tesis de la Internacional para replicar a los que pretendían que los comunistas querían fomentar revoluciones campesinas e instaurar una sociedad basada en la defensa de la pequeña explotación. Mostrando la diferencia entre propiedad (criterio jurídico) y explotación (criterio técnico y económico) se estableció que los comunistas siempre están a favor de la gran explotación, tanto en el sector agrícola como en el industrial, pero las condiciones de la gran explotación no están reunidas exclusivamente por la existencia de grandes extensiones de tierra pertenecientes a un solo propietario (latifundio). Se pueden encontrar inmensas propiedades divididas en una miríada de pequeñas explotaciones (confiadas a arrendatarios o a aparceros), así como podría encontrarse el caso opuesto si una gran explotación industrial alquilase muchas pequeñas propiedades limítrofes. Socialmente, la pequeña explotación agrícola siempre resulta negativa y deficitaria está en los antípodas del socialismo que queremos alcanzar, es la base de la ideología más reaccionaria. Las tesis del II Congreso dicen eso. Nos contentaremos con citar un pasaje del discurso del relator Meyer:

«¿Cuándo se tiene derecho a dividir la gran propiedad? Sólo puede plantearse la cuestión del reparto si la gran propiedad ya está alquilada a una serie de pequeños campesinos, es decir, si no constituye una unidad productiva. En ese caso, la división de ningún modo constituye la disolución de una gran empresa. La división también puede ser considerada cuando la gran propiedad está imbricada en las pequeñas parcelas. Aquí, el hambre de tierra es tan grande que es preciso satisfacerlo para asegurar la revolución. En todos los casos es importante no permitir a los grandes propietarios que permanezcan en sus tierras, es importante expulsarlos» (7).

Más adelante agrega que la Comisión suprimió el párrafo que decía que seria un error no dividir las tierras y lo reemplazó por una enmienda que afirmaba que debía mantenerse el principio de la gran explotación.

Las objeciones de Graziadei y Serratí concernían sobre todo a la táctica a emplear con respecto a los pequeños campesinos propietarios. En el caso de Serrati, competente y resuelto organizador de los obreros urbanos, se trataba de una verdadera incomprensión de los datos del problema. Pero lo que dicen las tesis sobre el conflicto de intereses que opone esos pequeños campesinos al Estado capitalista en relación a los impuestos, las hipotecas, el capital usurario, se encuentra palabra por palabra en los textos de Marx a propósito da Francia. Con respecto a Graziadei, a pesar de que conocía a fondo la cuestión, se equivocó en lo que respeta a la noción de huelgas y organizaciones comunes entre los obreros agrícolas (que son proletarios en todo el sentido de la palabra) y los pequeños propietarios. En realidad, Lenín sólo había hablado de los semiproletarios, es decir, de los campesinos que poseen un pedazo de tierra pero que no pueden vivir de ella y deben emplearse en otro lugar con su familia. Por lo tanto, en este sentido, sus intereses son completamente paralelos a los de los jornaleros sin tierra y perfectamente pueden hacer huelga para mejorar sus salarios.

b. Sobre la cuestión nacional y colonial

En nuestro articulo Oriente hemos recordado lo que decían las tesis nacionales y coloniales del II Congreso. Lenín hizo un breve discurso para justificar la sustitución de la expresión movimientos democrático-burgueses por la de movimientos nacional-revolucionarios en los países atrasados. La segunda de estas expresiones designaba una insurrección indígena armada contra los ocupantes imperialistas blancos, mientras que la primera podía sugerir un bloque legalitario con fracciones de la burguesía local, imitando el parlamentarismo occidental. Toda la construcción de Lenín reposaba sobre un hecho de un peso histórico innegable, que hoy adquiere tanto mas relieve cuanto que debido al derrotismo de los stalinistas los movimientos en las colonias y las semicolonías dan al imperialismo occidental más que hacer que los de los proletarios de las metrópolis, y también debido a que regímenes terriblemente estáticos, como las teocracias y los Estados con base rural de Oriente, están hundiéndose en un estallido de guerras civiles.

El comunista hindú Roy presentó tesis suplementarias aceptadas por Lenín. La sexta de esas tesis, incontestable desde el punto de vista marxista, decía:

«Es indudable que el imperialismo extranjero que pesa sobre los pueblos de Oriente trabó su desarrollo económico y social y les impidió alcanzar el grado de desarrollo alcanzado en Europa y en América.

Gracias a la política imperialista que obstaculiza el desarrollo industrial de las colonias, hace apenas poco tiempo que ha comenzado a existir el proletariado indígena. La industria doméstica diseminada local tuvo que ceder su lugar a la industria concentrada de los países imperialistas. Así, la enorme mayoría de la población fue constreñida al trabajo agrícola, que produce las materias primas para el extranjero.

Por otra parte, se asiste a una muy rápida concentración de la propiedad de la tierra en las manos de los terratenientes, de los capitalistas y del Estado, lo que contribuye a acrecentar el número de los campesinos sin tierra (citamos este pasaje para mostrar sobre todo el vinculo existente entre cuestión agraria y cuestión nacional y colonial). La enorme mayoría de la población de esas colonias sufre una opresión terrible.

A consecuencia de esta política, el espíritu de revuelta permanece latente en las masas populares y sólo se expresa en las capas poco numerosas de las clases medias cultivadas (no olvidemos que el que nos habla es un hindú y que, al igual que los chinos, tiene tras de si más milenios de «civilización» y de «cultura» que los que Europa puede ofrecer a América.)
La dominación extranjera traba constantemente el libre desarrollo de la vida social. Por ello, el primer paso de la revolución debe ser la eliminación de esta dominación extranjeras. Por tanto, sostener la lucha por el derrocamiento de la dominación extranjera en las colonias no significa adherir a las aspiraciones nacionales de la burguesía indígena, sino allanar la vía de su emancipación al proletariado de las colonias» (8).

En 1920 el cuadro ya era resplandeciente. Pero hoy, la situación reinante en una gran parte de África y Asia ha alcanzado el paroxismo de la tensión. No será justamente una mueca de intelectual despreciativo lo que permitirá ignorar a fuerzas en movimiento de tan formidable potencia.

Hoy

La posición de la Izquierda

En el congreso de Roma de 1922 no se trató la cuestión nacional en particular; en cambio, la cuestión agraria fue tratada en tesis conforme al análisis que acabamos de recordar.

En el congreso de Lyón de 1926, ultima manifestación numéricamente importante de la Izquierda (que aún tenía la mayoría en el partido comunista de Italia, aunque esto poco importa), ésta propuso un sistema completo de tesis presentadas luego al ejecutivo ampliado de Moscú como manifestación orgánica de oposición al hundimiento de todo el Komintern, hundimiento que, como hoy sabemos, conduciría a una bancarrota total. Se encuentran allí párrafos sobre la cuestión agraria y sobre la cuestión nacional (9).

El párrafo sobre la cuestión agraria no solo recoge las posiciones anteriormente recordadas, sino que en gran medida admite la posibilidad de utilizar al pequeñísimo propietario agrícola en la lucha revolucionaria mostrando a la vez, junto con Lenin, los numerosos peligros de esta táctica.

El párrafo sobre la cuestión nacional se apoya también en la clarificación fundamental realizada por Lenín:

«Antes de que (en los países coloniales y en algunos excepcionalmente atrasados) hayan madurado las relaciones de la moderna lucha de clase, desarrolladas tanto por los factores económicos como por los importados con la expansión del capitalismo, se plantean reivindicaciones que sólo pueden ser alcanzadas con una lucha insurreccional y con la derrota del imperialismo mundial. Cuando estas dos condiciones están verificadas plenamente, la lucha puede desencadenarse en la época de la lucha por la revolución proletaria en las metrópolis, aunque no asuma localmente aspectos de un conflicto de clase, sino de raza y de nacionalidad».

Por tanto, la línea es continua y nadie tiene derecho a sorprenderse.

Para citar trabajos más recientes, los «Elementos de orientación marxista», aunque no trata expresamente la cuestión colonial, dice en este pasaje: «Los trabajadores de todos los países no pueden dejar de luchar junto a la burguesía por el derrocamiento de las instituciones feudales (...). Incluso en las luchas que llevan adelante los jóvenes regímenes capitalistas para impedir las restauraciones reaccionarias, el proletariado no puede rehusar su apoyo a la burguesía» (10).

Evidentemente, esto es aplicable a la Francia de 1793 o a la Alemania de 1848. Pero seria incoherente negarse a aplicarlo a los revolucionarios chinos de 1953 que, además, luchan contra el imperialismo capitalista más avanzado. Por supuesto, aún queda el problema de la justa soldadura entre la lucha despiadada contra ese imperialismo en las colonias y la lucha en las metrópolis. Los stalinistas sustituyen la perspectiva de Lenín por la vergonzosa alianza con los franceses, ingleses y americanos, siendo su derrotismo el responsable de la ineficacia de las luchas desesperadas de los explotados y oprimidos de color, a los que traicionaron y condenaron a permanecer sin eco alguno.

En las «Tesis de la Izquierda» (o «Plataforma del partido») publicadas en 1947 pusimos en primera fila, naturalmente, la condición, que ya se encontraba en las tesis de Lenín, de la reconstitución del partido unitario de la revolución internacional del que hoy carecemos (11). Entonces, criticamos en ellas, como lo hicimos en toda nuestra polémica de 1920-26, la transposición abusiva de tácticas válidas en la Rusia anterior a 1917, a los países de capitalismo avanzado e incluso a los países extra europeos y coloniales, señalando que con la segunda guerra mundial el carácter unitario de la fuerza enemiga se acrecentó aún más en el mundo entero.

Precisamente, el problema es histórico y no táctico. El apoyo a los movimientos democráticos y de independencia que se colocan en el terreno insurreccional era lógico en la primera mitad del siglo XIX. Hoy sigue siendo plenamente válido para Oriente, como lo era para Rusia antes del 17. En las tesis evocadas anteriormente, hemos recordado precisamente esta posición marxista fundamental. En cambio, hemos combatido la pretensión de aplicar recetas tácticas desastrosas como la del frente único, del entrismo, de la organización en células, del funcionarismo, etc., indistintamente a los partidos que trabajan, supongamos, en Asia, en América o en Inglaterra, por más maravillosos resultados que prometan. En realidad, hoy ya no se puede ocultar que esta táctica condujo a la destrucción de toda energía revolucionaria.

Ni libertad teórica ni libertad táctica

Hay que ponerse de acuerdo en este principio fundamental de la Izquierda. La unidad sustancial y orgánica del partido, que se opone diametralmente a la unidad formal y jerárquica de los stalinistas, es una necesidad en materia de doctrina, en materia de programa y también para lo que se denomina la táctica. Si entendemos por táctica los medios de acción, éstos sólo pueden ser definidos a través de la misma investigación que nos ha permitido formular las reivindicaciones de nuestro programa final e integral basándonos en los datos de la historia pasada.

Estos medios no pueden ser elegidos ni variar sin motivo a merced de las sucesivas épocas o, peor aún, de los diversos grupos, sin que se vean también afectados de modificación los objetivos programáticos y todo el curso que conduce a ellos.

Evidentemente, los medios no son elegidos por sus cualidades intrínsecas - belleza o fealdad, dulzura o aspereza, flexibilidad o dureza. Pero su sucesión tiene que haber sido prevista en sus grandes lineas por el partido y formar parte de su armamento común en lugar de estar abandonada al azar de las «situaciones» cotidianas. Siempre ha sido ése el sentido del combate de la Izquierda. Eso es lo que expresamos también cuando decimos que la «base» está obligada a ejecutar las indicaciones tácticas del centro, en la medida en que el centro mismo esté ligado por un «abanico» de tácticas posibles, ya previstas, y que correspondan a eventualidades también previstas. Sólo con ese vinculo dialéctico es posible superar un problema que es estúpido querer resolver a través de la democracia consultativa, cuya absurdidad ya hemos demostrado muchas veces. En efecto, todos la reivindican pero, en mayor o menor medida, todos están igualmente dispuestos a ofrecer el espectáculo de asombrosos abusos de autoridad y de cambios sorpresivos en la organización.

En consecuencia, desde el punto de vista de la teoría, ningún militante del partido comunista reconstituido podrá dejar de comprender que la alineación de las clases y la relación de fuerzas en un país como China, por ejemplo, son diferentes de las existentes en los países occidentales y que debemos contar con un proceso y un desarrollo de luchas diferentes, en el marco de un mundo moderno que cada día se unifica más por el juego de su base económica. No podrá dejar de comprender que la utilización de los impulsos antiimperialistas de los pueblos de color influye también en la relación de fuerzas entre los bloques imperialistas en conflicto latente y que la supremacía de uno u otro bloque debe tener consecuencias muy distintas.

Desde el punto de vista táctico, no podrá dejar de comprender que la exaltación de los movimientos coloniales contra Europa o América se torna abusiva cuando se la separa - como lo hace todavía la IV Internacional - de la condición primordial, siempre establecida por el marxismo, a saber: la unidad de método de la clase proletaria mundial y de su partido comunista, precisamente destruida por la libertad de táctica y por la manía de las maniobras, expedientes, estratagemas y otros descubrimientos.

Entonces, podrá comprender que además de las dos fuerzas-tipo del «esquema» que nos resulta útil en teoría para demostrar con certeza matemática la ineluctabilidad del hundimiento del capitalismo, se encuentran en la escena del mundo inmensas fuerzas: en los países metropolitanos, las clases inferiores no proletarias; y, en todo el resto del planeta, las razas y los pueblos «atrasados» (adjetivo que, sin embargo, el II Congreso no supo definir).

Esta documentación sobre los «antecedentes» del problema es solamente una introducción al trabajo más profundo que deberá realizarse luego.

Hay que darse cuenta de que en los modernos países subsisten núcleos de pequeños campesinos que aún se encuentran fuera de la esfera del mercantilismo y que se transmiten viejas características que la época moderna ha borrado en todos los habitantes de las ciudades tanto en los multimillonarios como en los mendigos. Como decía Marx, constituyen una verdadera raza de bárbaros en un país avanzado - avanzado en el sentido de su horrible civilización. Sin embargo, hasta esos bárbaros podrían volverse una de las municiones de la revolución que deberá sumergir esta civilización.

Hay que darse cuenta de que en los países de ultramar viven inmensas colectividades de raza amarilla, negra, aceitunada, cuyos pueblos, al haber sido despertados por el estrépito del maquinismo capitalista, parecen abrir el ciclo de una patriótica lucha de independencia y de liberación nacional como aquella con la que se embriagaban nuestros abuelos pero, en realidad, representan un factor considerable en la lucha de clases que la sociedad actual lleva en su seno y que mañana estallará con tanto más violencia cuanto más tiempo haya sido ahogada.

Notes

(1) Pressione 'razziale' del contadiname, pressione classista dei popolo colorati, in Programma Comunista, n.16 del 1953)

(2) Con los movimientos de la Resistencia antifascista, estos últimos no solo dan su apoyo a las fuerzas democráticas contrarrevolucionarias, sino que también las tildan de proletarias.

(3) El lector interesado en las posiciones y el combate de la Izquierda «italiana» en la Internacional Comunista, podrá remitirse particularmente al segundo volumen de la «Storia della Sinistra Comunista» (Historia de la Izquierda Comunista), Milán, 1972, cuyo capitulo sobre El II Congreso de la Internacional Comunista fue traducido al francés en los n° 59 y 60 de la revista Programme Communiste, así como en los artículos y series siguientes de la misma revista: En memoria de Amadeo Bordiga (n° 50 a 56) que reproduce un cierto número de sus artículos e intervenciones más destacados; Íntervencida de Amadeo Bordiga en el VI Ejecutivo Ampliado de la Internacional Comunista, febrero-marzo de 1926 (n° 69-70).

(4) Ver Factores de raza y nación en la teoría marxista, publicado en italiano por Ed. Iskra, Milán, 1976, y en francés por Editions Prométhée, Paris, noviembre de 1979.

(5) Reunión realizada en Génova el 26 de abril de 1953 en la que se desarrolló particularmente el informe sobre Las revoluciones múltiples.

(6) Amadeo Bordiga, La cuestión agraria (elementos marxistas del problema), publicado en El Programa Comunista n 32 y 33 de octubre-diciembre de 1979 y enero-marzo de 1980, respectivamente.

(7) Protokoll des II. Weltkongresses der Kommunistischen Internationale, Hamburgo, 1921, p. 549.

(8) Protokoll des II. Weltkongresses der Kommunistischen Internationale, Hamburgo, 1921, pp. 147-148.

(9) El proyecto de tesis preparado por Bordiga para el III Congreso del Partido Comunista de Italia (Lyón, 1926) fue publicado en español en El Programa Comunista n° 34/35 (abril-septiembre de 1980).

(10) Tracciato d'impostazione, Prometeo n°1, julio de 1946, traducido al francés con el titulo Élements d'orientation marxiste, Ed. Programme Communiste, Paris, 1972.

(11) Las «Tesis de la Izquierda» fueron publicadas en 1946-47 bajo la forma de una serie de textos en diversos números de la revista Prometeo, publicados en español en El Programa Comunista n.° 21 y 22, septiembre y diciembre de 1976 respectivamente.

Traducciòn: El programa comunista n.° 36, Octubre-Diciembre de 1980

Source Programma Comunista, n.16 del 1953
Author Amadeo Bordiga
n+1 Archives Original Ref. DB 00000
Level of Control With original (Italian)